lunes, 30 de marzo de 2020

ENTRE TRUCHAS Y MONTAÑAS


Hace ya unos pocos de años (esta expresión siempre me ha gustado, por muchas razones…bueno a lo que voy) decidimos irnos de vacaciones a Benasque don Pedro, su hermano José Luis, Cesar, Luci y éste que lo cuenta.

Una vez preparado el viaje, realizamos una parada en Orera para ver a mis padres y a los de Luci. Mi padre, después de contarnos sus peripecias por aquellas tierras de Huesca nos regaló un jamón y un garrafón de 20 litros de vino.

Bueno, una vez en Benasque nos dirigimos al Rio Esera, puesto que éste era nuestro destino; se permitía la acampada libre y una vez al día un empleado del ayuntamiento pasaba a cobrar (les cobraba a todos menos a nosotros, no sé el motivo por que cual no nos cobraban, o bien era porque en cuanto lo veíamos salíamos zumbando hostias o porque mi padre estuvo por allí haciendo la mili, tengo mis dudas).

Por aquellos años nos gustaba, a Don Pedro y a un servidor, ir de pesca, así que uno de esos días nos dirigimos a la tienda donde vendían los permisos para pescar en el rio, puesto que estaba acotado y no se podía practicar la misma sin permiso (permiso que creo recordar nos costó 2500 pesetas a cada uno) además de tener que contar con la licencia por aquellos tiempos nacional; al día siguiente las fuimos a utilizar en una poza, creo que le llamaban San Lorenzo, y sacamos dos truchas no más grandes que una boga mediana. Estábamos pescando aguas arriba de la poza y se nos acercó el guarda del rio a pedirnos las licencias y permisos, permisos que él mismo nos había vendido; eso no fue lo peor, lo peor fue cuando nos dijo que las truchas buenas estaban en la zona libre (aguas abajo de la acampada hay un pantano y allí es donde estaban las truchas) imaginaros la cara que se nos quedó.

Tanto José Luis como mi buen amigo Pedro se habían comprado botas nuevas para hacerse una escalada. El día anterior  los cuatro escaladores se hicieron una excursión , yo no fui  porque era el cocinero, bueno y porque a mí eso de andar por andurriales no me gusta mucho; recuerdo que José Luis bajo con los pies destrozados, pero César y Pedro se fueron a una tienda de deportes para unirse, previo pago, a una de las muchas cordadas que salían para subir al Aneto; de allí salieron los dos intrépidos escaladores con sus crampones, piolet, guantes gafas ultimo modelo (como no podía ser de otra manera)  y las ganas de tomarse con nosotros unos cubalibres en una de las plazas del pueblo. Al día siguiente Pedro y Cesar se unieron a la cordada contratada para hacer su excursión por aquellos montes nevados, nosotros les estábamos esperando en el campamento hasta que vimos al empleado del ayuntamiento  y nos fuimos a dar una vuelta para no entorpecerle su trabajo, porque considerados, fuimos muy considerados y no íbamos a entorpecer a un  trabajador. Pasado el rato volvimos para preparar la comida. Ya por la tarde tomándonos unos cubatas en la plaza del día anterior, Pedro que había hecho la caminata con pantalón corto y tenía las piernas rojas como un pimiento morrón, se acercó a la farmacia a comprarse crema para intentar arreglar aquellas quemaduras, trago de ron con coca cola para el cuerpo y chorretón de crema en las piernas. El resultado fue dos cubatas y medio litro de crema para las  quemaduras.

Luci se metía todos los días en el rio por el que bajaba incluso trozos de hielo, José Luis y Cesar se lavaban como los gatos pero Don Pedro y este servidor el hielo lo queríamos para los cubata  y el agua para las pobres truchas,

Fueron unos días fantásticos, en el pantano sacamos alguna trucha, y también tuvimos que recibir la visita de la Guardia Civil cuando vinieron a pedirnos las licencias. Dos años más tarde volvimos desde Ruesta  a Benasque  para pescar a la mañana siguiente con dos caracoles dos truchas.

Esto se lo dedico a mi amiga Rosa,  a la que le debo un cocido, cocido que nos comeremos. Este verano.

Salud y anarquía

No hay comentarios:

Publicar un comentario