Recuerdo que cuando era jovenzano cantábamos una canción que
decía “ se acabó el verano, el tiempo la fruta y el que no se agache es un hijo
puta, que tururururu, que tururururu, que tururururu la culpa la tienes tu”. Paso el otoño tan rápido como
rápidos se estropean los rebollones que no pude recoger. El invierno nos trajo
este año un buen manto de nieve, los ajos crecían fuertes y lozanos, las
lechugas iban cogiendo verdor y sabor, en ese túnel que un día una col me aconsejó
ponerles, (gracias coles); mientras tanto todos los días Pepe, sobre las 11 y
cuarto de la mañana, nos reclamaba para almorzar. Todo esto pasaba mientras
esperábamos a la primavera. Todo esto lo escribo, para dar entrada a una receta
culinaria que tengo preparada para tomarnos a las 11 y cuarto un día de estos
y, con vuestro permiso, voy a detallarla ahora.
El bacalao lo habremos tenido a remojo para quitarle la sal. Una vez desalado lo haremos trocicos muy pequeños; la cebolleta la picaremos muy muy fino, tan fino que mi buena amiga María si las come no se entera; el perejil igualmente cortadito muy fino…bien ¿ya tienes todo como indico? Si es así seguimos, y si no espabila.
Pondremos todo esto en un recipiente generoso, pues tenemos
que añadir el resto: le vas añadiendo las harinas a partes iguales junto con el
agua y cuando ya tengas una pasta ligera, bates un huevo y se lo añades; no te
olvides de la sal y del colorante. (Si no quieres ponerle el huevo no se lo
pongas)
Si ya has hecho todo lo anterior pon aceite en la sartén y
cuando esté muy caliente (repito muy caliente), ve depositando con una cuchara
porciones, cuanto más extendido esté el preparado más crujiente te saldrán las
tortillitas.
Si te han salido buenas mínimo te comerás 8 u 10. Que
aproveche y ya sabes lo que te deseo. Salud y anarquía

 
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