Pasarán
más de mil años, muchos más…
No
sé si tenga amor la eternidad,
pero allá tal como aquí,
en la boca llevarás… sabor a mí.
Estos
versos los escribía en 1959 Álvaro Carrillo y reflejan fielmente los
sentimientos que me unen a Madrid.
No llevaba ni 15 días en la ciudad cuando Perico me dijo: “hoy comemos en El Pardo; te tengo que presentar a unos amigos”. Después de comer (entre todos pagaron la comida y no consistieron que yo contribuyeron con la cuenta), alguien dijo: “ahora vamos a echar una partida a las cartas al Tejar de Somontes, mi padre tiene una acción”. Yo, acostumbrado al bar del Cuatre en Orera, estaba siendo tratado con tanta amabilidad y confianza que tardé varios días en asimilar aquello. Desde la entrada del Hostal aquel 3 de julio de 1974 hasta hoy, llevo en la boca ese sabor.
Verano-otoño de 1975; trabajaba en teletipos del departamento extranjero y, para ayudar a unos nuevos amigos y aprender el oficio, alquilé un local enfrente de la Avenida Manzanares justo frente al campo del Atlético, compré una máquina de coser Sigma, tijeras, reglas, tizas… cuando aquello empezó a funcionar compré otra máquina de coser (ésta ya industrial) a plazos y como mesa de corte utilizaba una mesa de comedor y sillas de segunda mano… ¡qué tiempos! ¿Como no voy a llevar en la boca ese sabor, si tan buenos recuerdos me traen? Llegué a cortar y coserme un pantalón de terciopelo negro; que tipazo: alto, guapo, vacilón y Perico con un seat 127 o Ramón con un seat 600… “Buenas, buenas; pónganos 25 pesetas de gasolina” era lo que le poníamos al coche de Ramón.
Aquella
zona de Madrid nos gustaba y alquilamos un ático, junto con Juan José Franco, y
José Luis Remacha, luego éste se marchó y entró Jesús de Miguel. La situación
perfecta, justo detrás del hotel Praga. Aquello era parecido a una comuna, creo
que nunca nos echábamos cuentas con el dinero: si uno tenía teníamos los tres. 
En cierta ocasión Ramón Melus nos trajo a una muchacha, a la que sus padres pegaban, para que estuviera con nosotros, lejos de sus padres. El ático tenía dos habitaciones, nosotros éramos tres, pues la habitación con una cama fue para ella, nosotros los tres en dos camas y el sofá. Pasados dos o tres días y llegando a casa observo que en la puerta había una lechera de policía y cuando abro la puerta me encuentro a Juan José con la muchacha y los padres de ella; Después de hablar largo y tendido, los tres abandonaron el piso, no sabían dónde ponernos de lo agradecidos que estaban de nosotros; recuerdo que eran las fiestas del barrio y la noche anterior celebramos una de las muchas fiestas que se celebraban en aquel ático.
Recuerdos de aquella comuna podríamos contar tantos como dias vivimos allí. A Jesús le presenté un día a una muchacha, a la que conocimos Gigi el Amoroso y yo (más adelante hablare del amigo Gigi). Esta chica era sobrina del interventor del departamento extranjero e hija de un jefe de zona de Madrid y se hicieron novios. Un buen día se presenta en casa de Jesús llorando (tenía 19 años), porque los padres de ella los habían cogido en la cama y él decía que lo iban a echar del banco, llega un momento que Juan y Jesús bajo los efluvios de un cubata se dieron dos bofetadas, a tomar por culo los vasos y platos de la mesa; poniéndome en medio envié a cada uno a una habitación y yo a recoger los cristales. No habían pasado 5 minutos cuando se abren las puestas de ambas habitaciones y aparecen los dos llorando y pidiéndose perdón… ¡que abrazos, que besos, que lloros! para terminar la reconciliación nos fuimos los tres a tomar unos cubatas a una barra americana que teníamos a la vuelta de la esquina. Jesús se casó con aquella mujer y después de la boda nunca más he sabido de él, ojalá le vaya bonito. Cuando Luci y yo nos casamos él estaba en la mili en Canarias y pidió permiso para enseñarnos la isla de Tenerife, luego en Madrid se presentaba por casa a cenar cuando quería. Buenos recuerdos
No quiero pasar página sin recordar a José Martínez, conocido por el Gigi el amoroso, todo un personaje… permitidme que lo presente: andaluz que había sido emigrante en Suiza, dominaba el alemán, el italiano, el francés y se defendía en inglés. Vivía en Getafe con su familia, una mujer guapísima y dos hijas, pero golfo como entre todos. Un día en JJ, subiendo por las escaleras, habíamos conocido a dos chicas y la que iba con él le echo mano a la cabeza, como para acariciarle el pelo y la chica se quedó con el peluquín entre sus dedos… imagínate la estampa , el Gigi colocándose el peluquín, la muchacha pidiendo perdón, la otra con cara de asombro y yo tirado en la escalera muerto de risa; los cuatro empezamos a reír, incluido el Gigi; luego de llevarlo al hostal para que se duchara, pues los pelotazos que llevaba eran considerables, lo llevé a su casa en Getafe en un taxi y no consintió que lo subiera desde la calle a casa, diciéndome: “tú a mi casa no entras que está mi mujer y no me fio (empleó otra expresión)” así que con el mismo taxi me volví a Madrid. La táctica que él empleaba para conocer a una chica era la siguiente: estaba en la barra de un bar o una discoteca y veía a una mujer en una mesa o en la barra sola, cogía una servilleta y escribía -- le apetece una cerveza- o cualquier otra y doblando el papel se lo daba al camarero pidiéndole se lo acercara a la fémina en cuestión, el hielo ya estaba roto, cuatro palabras en italiano, y a vacilar toda la tarde o noche. En la taquilla del departamento tenía ropa para cambiarse, por la mañana a la llegada y se ponía sus pantuflas y tan cómodo, incluso alguna vez durmió en la oficina, el vigilante le abría la puerta. Todo un personaje (un poco guarro, eso sí).
Otro día recordaré mis pasos por la CNT-AIT, de aquellos años tambien tengo muy buenos recuerdos.
Por
hoy y para que sirva de precedente te deseo Salud y anarquía.
 
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